La tarde que Sara acompañó a su madre a hacer recados, ésta, vigilante de todo, advirtió lo que Sara se negaba a reconocer y sin rodeos le dijo: nena, los hombres te miran, anda con cuidado... Durante la adolescencia, Sara rehuía las miradas lascivas y libidinosas que cierto tipo de hombres llevaban pegadas en la cara. Sentía caer sobre su cuerpo la lujuria babeante de esos tipos que no te quitan ojo de encima. Y eso le resultaba muy incómodo. Se escondía bajo jerséis anchos de su padre para disimular su cuerpo adolescente, y corría como una posesa por las calles, al caer la noche volviendo de sus clases.
Un sentimiento de culpa, junto con una personalidad acomplejada, la acompañó durante mucho tiempo, hasta que un día, Sara se preguntó por qué tenía que sentirse culpable. ¿Culpable de qué?
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